Así es como una asociación de pequeños productores rurales en Florida, Valle, está agregando valor a su producción. Ya tienen una planta de transformación y marcas registradas.
Lizeth Salamanca Galvis, especial para EL TIEMPO.
Quien viese las manos gruesas de José Alirio Trochez, su piel curtida por el sol y su porte de campesino veterano a la sombra de una mata de plátano, no dudaría en inferir que este es un hombre que ha trabajado toda su vida la tierra. José Alirio, en cambio, juguetea con una hoja fresca de musácea que sostiene entre sus dedos y, con toda la humildad que caracteriza a los de su tipo, increpa la apreciación: “llevo más de 50 años cultivando. Yo pensaba que sabía sembrar y me di cuenta que no sabía nada. No tenía técnica. Lo estaba haciendo mal”.
Más de cinco décadas le tardó comprender que la siembra sin aplicar Buenas Prácticas Agrícolas no siempre asegura buenas cosechas, que a las plantas también “hay que darles de comer” y que una vez brotan los frutos, es necesario hacerles un tratamiento adecuado para que conserven su calidad, desde que salen de la parcela hasta que llegan al mercado.
En su finca, ubicada en el corregimiento de Pueblo Nuevo, zona rural de Florida, Valle del Cauca, este pequeño productor exhibe con orgullo los racimos de plátano y de banano que ya están listos para corte. Enormes. Verdes. Casi perfectos. Sin golpes, cortes, ni abolladuras. Racimos de 40 y 45 kilos. De esos que en la jerga campesina llaman “de primera”.
José Alirio pertenece a la Asociación de Familias Campesinas de San Joaquín (Asofacasjo), una organización conformada por 63 familias productoras de plátano y banano, la mayoría víctimas del conflicto armado y conformadas por adultos mayores.
Entre 2018 y 2020, Asofacasjo fue beneficiaria de un proyecto de fortalecimiento de la productividad y la comercialización de la producción agrícola, desarrollado por la Fundación Caicedo González Riopaila Castilla (FCGRC) y coofinanciado por Innpulsa.
Se trata de una iniciativa que, durante 24 meses, ofreció capacitación y acompañamiento técnico a los agricultores para que incrementaran la calidad y la cantidad de sus cosechas y agregaran valor a su producción mediante la transformación y la generación de productos derivados.
Así mismo, les ofreció formación en desarrollo de competencias empresariales y en fortalecimiento organizativo que les permitiera autogestionarse y reducir su dependencia de intermediarios. El objetivo: que lograran acceder a nuevos mercados en condiciones más equitativas y justas.
El proyecto contempló, además, la construcción y dotación de un centro de acopio y transformación en un lote que fue entregado en comodato por la alcaldía municipal, así como el diseño y registro de marcas sociales para identificar y posicionar los productos con denominaciones de origen.
Hoy por hoy, Asofacasjo cuenta con cinco unidades de negocio que, en conjunto, son un ejemplo de economía circular: la primera vende plátano y banano fresco, de primera calidad; la segunda y la tercera, aprovecha aquellos frutos de no alcanzan altos estándares y transforma sus pulpas en harinas y snacks; la cuarta aprovecha las calcetas que se desprenden de la planta para elaborar artesanías y, finalmente, la quinta unidad de negocio reutiliza las cáscaras y demás residuos orgánicos que salen de los procesos anteriores y los convierte en compostaje para nutrir los cultivos. Así se cierra el ciclo.
“De no ser por este proyecto a nosotros jamás se nos habría ocurrido transformar nuestra producción –confiesa Conrado de Jesús Castaño-. Uno antes sacaba plátanos regulares, de esos que no compran en el mercado o que los pagan al precio que los intermediarios quieren. Entonces era mejor dejar que se perdieran en la finca o que se los comieran los animales. Ahora, podemos coger ese producto, procesarlo y sacarle más provecho”, cuenta el hombre.
Es viernes y son casi las 8 de la mañana en la plaza de mercado de Florida. Dos buses escalera se estacionan frente a la entrada principal. Varios hombres descienden y, rápidamente, empiezan a descargar canastillas llenas de plátano y banano con distintos grados de maduración.
En el puesto de frutas y verduras que tiene desde hace 40 años, Mery Yonda asegura que ha notado los cambios: “Ellos (los productores) han mejorado mucho. Ya no traen los racimos todos completos, golpeados y sucios. Ahora empacan bien, seleccionan los más grandes y, como uno sabe que el artículo es bien bueno, comprende que ese artículo vale más”, sostiene la comerciante.
A unos cuantos metros, Jhon Amilcar Mueces, administrador de la tienda Fruver Rebarato, asegura que está satisfecho con la relación comercial que, desde hace 10 meses, sostiene con José Alirio, quién es su proveedor de banano.
Unos kilómetros más allá del lugar, en inmediaciones del casco urbano de Florida, las operaciones en el centro de acopio y transformación de Asofacasjo no se detienen. Cuatro operarios, miembros de la asociación, se dividen las labores de lavado, pelado y corte de plátanos. Armados con gorros, guantes, batas y tapabocas aplican las Buenas Prácticas de Manufactura aprendidas. Los motores de la máquina deshidratadora rugen y cuatro horas después el molino está arrojando la primera montaña de harina.
Mientras, Sorley Reina saca las últimas monedas doradas del aceite burbujeante, Daniel Trochez y Katherine Ibarra apuran el empaque y sellado de los pasabocas que ya se enfriaron. En las bolsas transparentes se lee ‘Tradición Natural’. Esa es la marca de los snacks. La de harinas dirá ‘Mano Tierra’. Frutos de manos campesinas. “Productos del campo a su mesa” comenta Daniel.

“¿Cuándo unos campesinos como nosotros habían soñado con tener una planta de estas? Ahora es una realidad. Nos enseñaron a mirarnos como empresarios desde que sembramos”, confiesa Eva Villota, una de las agricultoras de la asociación.
Con el respaldo de la Fundación Caicedo González Riopaila Castilla, Asofacasjo ya ha participado en cuatro ferias comerciales y una rueda de negocios donde ha vendido sus productos y ha establecido contactos comerciales con potenciales clientes a los que espera venderles directamente su producción. Incluso, ya tienen una carta de intención de compra de uno de los grandes supermercados que operan en la zona.
De esta forma, el proyecto ha contribuido a mejorar la seguridad alimentaria de Florida. “Le estamos apostando a generar la capacidad para incrementar la disponibilidad de alimentos de calidad en el territorio y a encadenar el proceso desde la producción hasta la comercialización reduciendo las brechas que enfrentan los campesinos”, sostiene Ana Milena Lemos, directora ejecutiva de la fundación.
Ahora, el reto está en continuar acompañando a los pequeños productores en la obtención del registro sanitario Invima, en la consolidación de nuevos acuerdos comerciales y en el fortalecimiento de habilidades para la autogestión de su nueva empresa.
En las montañas de Florida, otrora corredor de las Farc, están pasando cosas buenas. Por sus trochas y caminos de herradura hoy circula plátano y banano. También mora, café y lulo. Así es como la agricultura le está ganando terreno a la coca. Así es como el campesinado se está quitando la estigmatizadora mancha de la guerra.
CIFRAS:
112 millones de pesos fueron invertidos en la construcción y dotación de la planta de acopio y transformación que beneficiará a 63 familias campesinas.
5 unidades de negocio desarrolladas para agregar valor a la producción agrícola y promover su acceso a nuevos mercados.
DESTACADO
“¿Cuándo, unos campesinos como nosotros habían soñado con tener una planta de estas? Ahora es una realidad. Nos enseñaron a mirarnos como empresarios desde que sembramos”.
Eva Villota, productora.